En nuestros días la
creación musical se sostiene y reproduce –en buena medida- gracias a las
grabaciones, el comercio electrónico, los empresarios del espectáculo, los
videos, la radio, la televisión, los ring-tones y la venta anticipada de
entradas.
Entre el siglo 15 y el
siglo 19 nada de esto existía. ¿Cómo fue posible entonces el florecimiento de
la buena música en Occidente? La respuesta es, sin duda, gracias a personas
acaudaladas y con cierto criterio musical a quienes llamamos mecenas. Entre
ellos, algunos sustentaban a los compositores –que en esa época eran siempre
intérpretes de renombre- por motivos funcionales: prestigio para sus reinos o
música para las celebraciones litúrgicas, básicamente. Otros lo hacían por el
mero placer de disfrutar el arte y engalanar las fiestas de sus residencias
privadas. Entre estos últimos, el más brillante fue un aristócrata húngaro del
Siglo 18: el Príncipe Miklós Esterházy, llamado “El Magnífico”.
Durante la Segunda
Guerra Mundial el Castillo sirvió como cuartel del ejército alemán y como
hospital para los soldados soviéticos. Luego de algunos años de abandono ha
recuperado su esplendor original. Sobre un trasfondo barroco es posible admirar
esculturas, óleos, frescos y tapices de artistas húngaros y austríacos, el
sistema de calefacción original (de tecnología avanzada para su época) y los
costosos paneles que el Príncipe hizo traer de la China. También lucen los apartamentos de María Teresa,
especialmente diseñados para el confort de la Emperatriz que visitó Esterháza
en 1773.
En los últimos años algunas
dependencias fueron acondicionadas para alojamiento de turistas y la antigua
Sala de los Granaderos hace las veces de restaurante abierto al público. Desde
luego, la música sigue presente y son frecuentes las presentaciones en la Sala
de Conciertos del primer piso y en el Teatro de Marionetas,
recientemente restaurado.
En la tarde de nuestra
visita pudimos disfrutar un concierto dirigido nada menos que por el
maestro Andreas Staier. Luego de la
función departimos brevemente con Antall Esterhazy, un caballero amable y distinguido, descendiente directo del fundador del palacio y 13er Príncipe y jefe de la rama principal de la familia Esterházy de Galántha, quien accedió a que le tomáramos una foto.
En la noche fresca y
serena, mientras caminábamos con Fabrizio rumbo a la verja principal, me
regocijaba al pensar que, dos siglos y medio después, el fantástico Castillo de
Fertöd sigue deleitando a las personas comunes que lo visitamos y que la
legendaria grandeza de los Esterhazy sigue vigente. Como la música de Franz
Joseph Haydn.